Lección de Resiliencia: “El niño que domó el viento”
Si no has visto esta película y si tienes Netflix agrégala pues es una lección de cómo la Resiliencia nos mantiene a flote a pesar de las adversidades.
Basada en una historia real, “El niño que domó el viento” nos muestra la historia de William Kamkwamba, un niño de 13 años que vive en Malawi y cuya familia enfrenta complicaciones para salir adelante económicamente. William asiste a una escuela gracias a que sus padres pueden costear con mucho esfuerzo las cuotas escolares. La comunidad donde vive depende de la cosecha anual que en los últimos años se ha visto afectada por cambios en el clima.
La situación empeora luego de que una empresa tabacalera aprovechando la desesperación y la falta de visión de los agricultores, les ofrece comprarles sus tierras para expandir los cultivos de tabaco. En una asamblea comunitaria muchos de ellos deciden vender a pesar de la oposición inicial de algunos, pues saben que a la larga afectará aún más la situación.
Así, llega el momento en que el papá de William no puede seguir pagando las cuotas y éste tiene que dejar la escuela. Él desea seguir estudiando a pesar de que el director no le permite seguir entrando a clases, por lo que va a la biblioteca de su escuela a escondidas. Y vaya que la biblioteca es pequeñita y tiene muchas deficiencias. Me pregunto cuántos estudiantes de universidades particulares consultarán por gusto las bibliotecas de sus campus con todo lo que les ofrece.
El infinito placer por aprender
Regresando con William, él nos muestra que no es necesario tener una gran infraestructura y colecciones inmensas de libros cuando existe pasión por aprender, rasgo que admiro de él además de su resiliencia. Pero déjame decirte que ese rasgo no es único en él, pues como ya te contado en otros artículos, es una tendencia innata en el ser humano que nos da un enorme placer. Nuestro cerebro ama aprender y lo hace a lo largo de toda la vida. Podemos aprender gracias a una maravilla de nuestro cerebro: la neuroplasticidad
William incluso sueña con estudiar ciencia en la universidad, no sólo porque le encanta, sino porque desea también ayudar a su familia y a la comunidad donde vive, pues después de la venta de las tierras todo cambia y todos enfrentan ahora nuevas adversidades: una grave hambruna, disturbios, escasez, robo de granos de unos a otros para alimentar cada uno a sus familias, etc. Muchas familias se ven en la necesidad de dejar la comunidad en busca de mejores condiciones.
La resiliencia amplía nuestra perspectiva
Por si fuera poco todo lo que sucede en su entorno, al interior de su familia William también encuentra más adversidades: la negativa de su padre de que siga asistiendo a la biblioteca y aprendiendo, pues no le “ve” sentido hacerlo. William nos muestra cómo un cerebro resiliente facilita la vida y encuentra soluciones creativas que antes no contemplaba. Podemos ver esto en acción y cómo tiene un momento de iluminación cuando va caminando y ve como la luz trasera de una bicicleta se enciende cada que el ciclista pedalea. Ahí se da cuenta que puede aplicar este mismo principio en el pozo para sacar agua y regar los campos secos de su familia y de la comunidad.
Así, con la ayuda de sus amigos, partes de tractor, etc., William construye un molino de viento que enciende unos cuantos focos. Es tan inspirador ver las caras de él y de todos a su alrededor cuando ve que su creación funciona. Todos menos su padre que se siente amenazado con el deseo de William por aprender y reconocer que su hijo sabe mucho más que él. Finalmente la madre de William convence al padre para darle su bicicleta y William pueda construir un molino de viento grande.
La resiliencia nos ayuda a ir más allá de los límites conocidos
Con ayuda de la comunidad lo construyen bajo el mismo principio y pueden echar a andar una bomba para extraer el agua del pozo y dirigirla hacia los campos de cultivo. La noticia de su invento se expandió y el que fuera visto como un “loco” –quien que haya pensado diferente al resto no ha sido llamado así- se convirtió en un modelo de inspiración en su país y fuera de sus fronteras. William recibió becas para concluir sus estudios en Malawi, después en Sudáfrica y finalmente estudios de medio ambiente en Estados Unidos.
A mí me parece una gran historia inspiradora, de creatividad, pero sobre todo de resiliencia, tanto individual como colectiva. Tanto William como la comunidad enfrentan tantas adversidades, A veces se tambalean, como es normal cuando uno tropieza una y otra vez y los obstáculos parecieran no tener fin. Sin embargo William es movido no sólo por un fin personal, sino como muchísimas personas alrededor del mundo, es movido por un propósito que va más allá de sí mismo, y que podría ser su propósito de vida: el deseo de ayudar a la comunidad. No sabemos si lo sea, pero lo cierto es que cuando seguimos ese llamado, pareciera que la resiliencia nos acompaña en cada una de las adversidades y caídas que invariablemente todos encontramos en ese camino.
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